27/11/2013
Miguel Ángel Lozano, Ramón Zulueta,
Liliana Lara y Dora Trejo
Las orquídeas en la época prehispánica
A principios del siglo XVI, los límites geográficos de Mesoamérica abarcaban desde Centroamérica (desembocadura del río Motagua, golfo de Nicoya y lago de Nicaragua) hasta la frontera norte de nuestro territorio, delineada a partir del río Pánuco, en el Golfo, y hasta el río Sinaloa, en el Pacífico (con una depresión central que pasaba por los ríos Tula y Moctezuma, en el actual estado de Hidalgo). Era una vasta superficie habitada por diversos grupos indígenas de recolectores, cazadores y pescadores que en su mayoría pagaban tributo a la confederación azteca, cuyo centro político y de mando era Tenochtitlán.
En el México prehispánico se conocían las especies más espectaculares y sobresalientes de la flora orquideológica de la región, y su cultivo se registra desde el reinado de Itzcóatl (1427-1440) hasta el de Moctezuma (1502-1520). Aunque se les admiraba por la belleza de sus flores, se les apreciaba también por las propiedades curativas de sus raíces para el tratamiento de la disentería, las lesiones infectadas y la impotencia sexual. Otras tantas se destinaron para la obtención de un mucílago (tzacuhtli) utilizado para la elaboración de adhesivos mordentes y en el arte plumario.
Sin embargo, tras la caída del imperio azteca el aprecio ornamental por las orquídeas se hizo mayor; en el siglo XIX el desvalijamiento de los bosques americanos se agudizó con el fin de conseguir la flor deseada, talante por demás infame que propició la extinción de muchas de sus variedades nativas.
A pesar de la inconcebible perturbación y destrucción de vastas áreas naturales, en el territorio nacional se encuentran todavía 1 106 especies y subespecies de orquídeas, distribuidas en 159 géneros, de las cuales 444 son especies o subespecies endémicas que corresponden a casi 40% de los taxa registrados en el país.
…y las orquídeas no dejan de cautivar
Aunque a las orquídeas se les han atribuido cualidades místicas desde antaño, poco a poco se han dilucidado algunos misterios que las rodean. De entre todos ellos, vale la pena destacar que a principios del siglo pasado el biólogo francés Noel Bernard descubrió que para la germinación de las semillas era imprescindible la participación de los hongos formadores de micorriza, ya que estos incorporan nutrimentos al embrión hasta que aparecen las hojas verdaderas y se activa la maquinaria fotosintética encargada de producir sus propios carbohidratos.
A partir de entonces, las investigaciones hechas para comprender las circunstancias (directas e indirectas) y los mecanismos (morfológicos y fisiológicos) en los que se encuentran involucrados los hongos han sido insuficientes. Si bien algunas investigaciones efectuadas en áreas templadas de Norteamérica, Europa, parte de Asia y Australia dejan entrever que la colonización es un fenómeno recurrente en las orquídeas terrestres y nativas, en zonas tropicales y subtropicales aún hace falta develar el secreto que lo envuelve.
Otro aspecto fascinante radica en que rara vez se generan híbridos naturales debido a que la incompatibilidad genética y la asincronía floral mantienen la pureza e integridad de las especies. Por tal motivo, es muy probable que los mecanismos de supervivencia de las orquídeas para sortear barreras tales como la época de floración, la morfología de sus flores o los efectos visuales y aromáticos para atraer polinizadores sean los responsables de los procesos de especiación, endemismo, evolución y especialización que los caracteriza.
En este sentido, y con la finalidad de ejemplificar un poco más el último de los términos expresados, en el año de 1965 se describió una orquídea de Madagascar cuyos espolones alcanzan los 40 centímetros de longitud, y obviamente se produjo otra vez una polémica similar a la surgida casi un siglo antes con Darwin. Sin embargo, es muy probable que en esta ocasiónnunca se encuentre a su polinizador, toda vez que la devastación del medio natural y el impacto negativo en las poblaciones de dicha orquídea hacen que esté desapareciendo con tal rapidez que si la relación entre ambos organismos ha sido muy estrecha, es seguro que la pérdida de uno condenará a la extinción a su pareja evolutiva.
La belleza e importancia económica mundial de las orquídeas son indudables, y por ello son motivo de cultivo por particulares e industriales para su venta como flor de corte o como planta ornamental. Mas no se les debe apreciar únicamente como un objeto inanimado del que se procura la existencia por su valor comercial: es imperioso resaltar la inimaginable función biológica y ecológica de todas estas especies dentro de los biomas donde crecen y se desarrollan, y cuya desaparición sin duda alguna nos perjudicaría a todos.
Así que, para formalizar el aprovechamiento sostenible de estas especies, es imprescindible realizar más estudios que permitan implantar programas de mejoramiento genético, propagación y cultivo, sin la dilapidación de los ecosistemas ni la pérdida de sus respectivos nichos ecológicos.